Desde pequeña me diagnosticaron retinitis pigmentaria, la única medicina permanente eran las gafas, pero nunca me las puse y una mañana me desperté completamente ciega.
Vivo con mi mamá, una mujer de 68 años con discapacidad física, soy responsable de ella y de todos los gastos de la casa en la que vivimos; por nuestras discapacidades es difícil para ambas conseguir trabajo estable, mis ingresos dependen de masajes terapéuticos que hago a domicilio.
Entre mis grandes pasiones está la fotografía para invidentes, una metodología realmente funcional basada en técnicas con hilos; anhelo tener mi propia cámara profesional para realizar nuevos trabajos de investigación.
Creo en mis sueños, en tener mi casa propia y abrir mi spa de salud y bienestar, en llevar mi historia alrededor del mundo, en inspirar a otros que aunque con ojos, no despiertan del letargo.